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A menos que hayamos ingerido alimentos que alteren su color natural, la orina de los seres humanos es amarilla y las heces marrones, pero ¿por qué? La respuesta es bastante más interesante de lo que parece. Esos colores se deben a un complejo proceso que comienza en la sangre.

Cada día, nuestro organismo fabrica una media de 200 millones de eritrocitos o glóbulos rojos. Estas células son las encargadas de transportar oxígeno a todos los tejidos del cuerpo, y lo hacen mediante una molécula llamada hemoglobina basada en el hierro. Si necesitamos tantos glóbulos rojos es porque cada uno de ellos tiene una vida de unos pocos meses y necesitamos reemplazarlos constantemente.

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La cuestión es que el organismo no puede tirar a la basura sin más los eritrocitos viejos porque en su interior tienen valioso hierro con el que fabricar más glóbulos rojos de reemplazo. En su lugar lo que ocurre es que su membrana celular se rompe y la hemoglobina liberada es fagocitada por un tipo de células del sistema inmunitario llamadas macrófagos. Estas células extraen el hierro pero generan un subproducto llamado bilirrubina.

La bilirrubina llega hasta el hígado, que la excreta en forma de bilis al sistema digestivo, donde tarde o temprano se degrada en una sustancia llamada urobilinógeno gracias al trabajo de las bacterias que pueblan el intestino.

Llegamos a la recta final de ese “tinte” que da a nuestros desperdicios su color característico. El urobilinógeno tiene dos maneras de abandonar el organismo. La primera es que caiga en los riñones, donde se sintetizan en una molécula llamada urobilina, que es la que da a la orina su tono amarillento más o menos intenso.

La segunda es que, al regresar al intestino, las bacterias reciclen el urobilinógeno en otra molécula llamada estercobilina que es el que tiñe las heces del color marrón oscuro que conocemos. Si no fuera por esa molécula, los desperdicios probablemente serían de color gris oscuro, como las aguas residuales. [vía MinuteEarth ]