Un tenedor común y corriente. Eso eso todo lo que precisas para ahorrarle un disgusto a tu amor propio. Ahí, con la cara pegada a la pared y un ojo cerrado, resoplando y moviendo los brazos como si trataras de salir a flote en el naufragio del Titanic. Hablamos, por supuesto, de colgar un cuadro.